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sábado, 3 de septiembre de 2011

EL VIAJE

       Las 48 horas previas al viaje fueron muy ajetreadas. Lo tenía casi todo por hacer. Por un lado, tenía que despedirme de mi familia y de mis amigos. Por otro, tenía que hacer las maletas, imprimir documentos varios (billetes, ect.), mandar e-mails y dejar mi cuarto como los chorros del oro. [Siento no haberme podido despedir de todo el mundo. Ni siquiera pude despedirme de toda mi familia por completo, ya que somos muchísimos. Sólo por la parte de mi padre tengo 7 tíos y un montón de primos. Tampoco pude despedirme de muchos de mis amigos, sólo de unos cuantos, que fueron los que más cerca vivían de mi casa]. La cosa es que el tiempo apremiaba y en mi lista había un sinfín de cosas por hacer. ¿Que si realicé todas las tareas de mi lista? ¡Sí, claro! Lo que pasa es que tuve que renunciar a muchas horas de sueño. Creo que eran las 3 de la mañana y aún estaba mi cuarto por fregar. Aunque mi madre me dijo que me acostase y descansase y que ella lo haría por mi, no quería que ella tuviese que limpiarlo. Llevo desde los 9 años haciéndolo yo solo, y llegados a este punto, me parece extraño que alguien que no sea yo lo haga. ¡Para eso es mi cuarto! De todas formas, prefiero estar sin dormir por tener que limpiar que por tener que estudiar. Creo que acabé sobre las 4 de la mañana y dormí sobre 2 horas y pico. Bueno, si a eso se le puede llamar dormir. Estaba tan intrigado con lo que estaba por venir, que estuve casi todo el tiempo moviéndome de un lado para otro en la cama. Sobre las 6: 15 me levanté y mis padres me llevaron al aeropuerto. Llegamos sobre las 7: 15 de la mañana con todo mi equipaje (mi guitarra española incluida) y había quedado con Beatríz (una estudiante de Bellas Artes) y Javier, su marido, en los mostradores de Spanair. Viajábamos juntos y ya los conocía por facebook, aunque era la primera vez que los veía en persona. Los dos son supersimpáticos y forman una pareja extraordinaria. A las 9 de la mañana salía nuestro avión con rumbo a Barcelona. Este primer viaje de 1 hora y 20 minutos aproximadamente se me hizo corto. Durante parte del viaje estuvimos conversado sobre varios temas, entre ellos, sobre como sería vivir en Canadá. Recién aterrizados en el aeropuerto del Prat, nos dirigimos hacia la zona de conexiones, y llegando allí, nos encontramos que la cola para embarcar en el avión de Air Canada ya estaba casi formada. ¡Menos mal que el avión de Spanair llegó a su hora! ¡No quiero pensar que hubiera pasado si se hubiera retrasado un poco! En el avión de Air Canadá no nos pudimos sentar los tres juntos, aunque estábamos muy cerca. ¡El avión era supergrande! Tenía 2 pasillos y 3 filas de asientos. Yo estaba sentado al lado de una señora de unos 40 años, francófona y con pocas ganas de hacer amigos. Durante todo el viaje nos pusieron 3 películas y algún que otro documental sobre la resistencia de los metales. Me quedé con las ganas de que hubiesen puesto una de esas cientos de películas que hay sobre aviones que son secuestrados o que tienen que hacer un aterrizaje forzoso porque uno de los motores se ha averiado. ¡Hay tantas! "Vuelo 93", "Vuelo Nocturno", "Decisión Crítica", ect. Eso hubiese hecho el viaje más emocionante, ya que era un largo viaje tedioso de 9 horas. En total, entre una cosa y otra, para llegar a Canadá necesité 14 horas. En la quinta hora de vuelo, cuando el cansancio ya hacía mella, me pregunté qué hacía yo en ese avión con destino a Toronto. -¿Merecerá la pena?- me pregunté. Rápidamente, mi mente disipó esa pregunta de mi cabeza, ya que sabía que tenía una oportunidad de oro que muchos jamás conseguirán. A la llegada a Canadá, tuvimos que pasar por varios controles. Parecía que nunca se acababan. Nos pidieron el pasaporte miles de veces (exageración andaluza: MODE ON). Después, nos dirigimos a la sección de inmigración y allí es donde conseguimos nuestro respectivos permisos oficiales. Hasta ese momento solo teníamos una carta de la embajada de Canadá en París en la que nos informaban que nuestra entrada a Canadá había sido aprobada. Yo conseguí mi permiso de trabajo, y Bea, el de estudiante. A Javier lo dejaron pasar porque era marido de Bea. Justamente después fuimos a recoger nuestras maletas que habían sido facturadas en Málaga. Tuve bastante suerte al no tener que facturar la guitarra. Cuando llegamos a la cinta de las maletas, no había casi nadie alrededor de ella. Era como si todos los otros pasajeros hubieran recogido sus maletas mucho antes que nosotros. ¡Normal! Si es que tuvimos que pasar por tantos controles ... Llegamos casi una hora después de aterrizar en Toronto a la cinta de equipajes. Mi maleta era una de las poquísimas que seguía y seguía dando vueltas sobre la cinta. Nada mas verla me alegré un montón, ya que siempre que viajo en avión temo a no volver a ver mi maleta nunca más. Las maletas de Javier y Bea no tuvieron la misma suerte. Simplemente no estaban en la cinta. Así que nos dirigimos al mostrador de Air Canada, y resumiendo, os diré que las maletas de ellos nunca subieron a nuestro avión. Seguían en Barcelona todavía. El hombre que nos atendió nos dijo que probablemente tardarían dos días en llegar a donde nos dirigíamos. Al menos no estaban extraviadas del todo. Cuando nos dirigimos hacia la salida, tuvimos que pasar por el último control. En este control había algunos policías examinando las maletas de los pasajeros que entraban a Canadá. ¡Menos mal que no examinaron la mía, ya que me costó la misma vida poder cerrarla cuando la hice! Como éramos Europeos, pasamos sin mayor problema alguno. Eso sí, un grupo de asiáticos no corrieron la misma suerte. Una vez que pasamos el control, fuimos a los mostradores de "Ground Transportation" o transporte de tierra, donde nos esperaría nuestro minibús para recogernos y llevarnos a nuestra nueva ciudad llamada Guelph, situada a sólo 45 minutos de Toronto, la capital de Ontario . ¡Por fin ya estaba en tierras canadienses sano y salvo!